Día de la diversidad biológica: ¿cómo detener una extinción masiva?
Hoy, 22 de mayo, Día Internacional de la Diversidad Biológica, también conocido como Día de la Biodiversidad, en las noticias se hablará de osos polares, de la importancia de conservar las selvas, de lo que significa para el ser humano proteger a las especies que le rodean…, y, sin embargo, mañana nadie lo volverá a nombrar. Como si no fuese importante. Como si con un día fuese suficiente. Como si el destino de la humanidad no dependiera de la biodiversidad, de nuestros ecosistemas, de los servicios que nos proporciona.
Y es que la crisis ecológica no se limita ni al plástico ni al cambio climático, sino que encuentra en la pérdida de biodiversidad una dimensión más. Ya estamos viviendo la sexta extinción masiva: más de la mitad de las especies que había sobre la Tierra cuando Massiel interpretó su famoso “La, la, la” en Eurovisión, ya solo las podemos ver en fotografías.
Cuando en 2009, Rockström definió los límites planetarios (es decir, hasta donde se nos puede ir la mano sin que suponga un peligro crítico para la humanidad), el límite de la pérdida de biodiversidad estaba ya plenamente sobrepasado. Este límite de seguridad se basa en el número de especies extintas (por cada millón de especies) en un año. El límite de seguridad se marca en 10. Y ya en aquel momento superamos las 100. Multiplicamos por 10 el número crítico. Pero hacemos caso omiso a la alarma de incendios.
Cada vez somos más conscientes de los límites planetarios, de cómo el cambio climático afecta a nuestro modo de vida, de que si la temperatura aumenta, sube el nivel del mar… De la misma forma, es necesario entender que la biodiversidad es nuestra red de seguridad, hablamos de nuestros medios de vida, de los recursos naturales que facilitan nuestro día a día y que propician un entorno adecuado para que se desarrolle la vida en nuestro planeta. Y sin quitarle valor a la cuestión ética (¿por qué la humanidad debería estar por encima de otras especies?), cuando hablamos de biodiversidad no hablamos solo de mariposas, líquenes y aves. Hablamos de personas. Hablamos de pandemias, de migraciones masivas y hablamos de hambre.
Sin embargo, esta no es una extinción masiva como las anteriores. Aquí no hablamos de la separación de Pangea o de un meteorito de proporciones bíblicas. Hablamos de humanos quemando petróleo (unos mucho más que otros). La ciencia de primer nivel ya ha sido clara con lo que, aunque solo fuese por justicia global, ya deberíamos haber comprendido: no es posible solucionar la pérdida de biodiversidad dentro de los límites del capitalismo. Si queremos salvarnos, tenemos que cambiar el sistema.
Y aquí es donde es necesario sobrepasar los principios del conservacionismo clásico. No solo es una cuestión moral, es una cuestión de supervivencia. Nos encontramos en un punto de inflexión, una ventana de oportunidad de apenas cinco o diez años, en la que tenemos que cambiarlo todo, lo que nos exige unas narrativas y praxis determinadas. No podemos permitirnos el lujo de negarlo, tenemos la obligación de ganar esta batalla.
Necesitamos dejar de hablar de osos polares y hacerlo de agroecología, energía comunitaria renovable o deuda histórica. Necesitamos cerrar cada estructura contaminante y destructora del territorio y reconvertir todos esos empleos en un beneficio real y a largo plazo – pero con gran impacto en el corto -. Necesitamos dejar de hablar de cualquier propuesta que ponga su objetivo en 2050.
Necesitamos actuar ya. Como si nuestra vida dependiera de ello. Como si no dejase de sonar la alarma de incendios. Porque es así, nuestra vida depende de cambiar las normas del juego.