Las naciones del mundo reconocen su fracaso en detener la pérdida de la biodiversidad
La 10ª reunión del Convenio mundial sobre la Diversidad Biológica comienza en Nagoya, Japón, en un contexto de crisis ambiental cada vez más apremiante y con el peso de la actual crisis económica.
En el año 2002, los líderes del mundo acordaron para el 2010 lograr una reducción significativa de la pérdida de la biodiversidad. El 18 de octubre, en el declarado por la ONU, Año Internacional de la Diversidad Biológica los países firmantes del Convenio iniciaron su 10ª reunión reconociendo que no solo no se han cumplido ninguno de los objetivos previstos, sino que en muchos casos la situación ha empeorado de manera perceptible: en el último informe sobre el estado actual de la biodiversidad [1], elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la propia Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD), se reconoce una realidad alarmante: ningún país ha notificado que alcanzará plenamente la meta propuesta. En promedio, las especies en peligro corren ahora aún más peligro, el número de especies de vertebrados estudiado se redujo casi en un tercio y un cuarto de las especies vegetales puede estar en peligro de extinción. Los hábitats naturales siguen degradándose, en especial los humedales de agua dulce, los hábitats de hielo marino, las marismas y las zonas de algas, los arrecifes de coral se están deteriorando a una velocidad desconocida hasta ahora y los anfibios encabezan la extinción de especies.
Además, multitud de especies de semillas domésticas destinadas la alimentación han desaparecido para siempre y con ellas la posibilidad de utilizarlas para frenar el cambio climático o como refresco genético para resistir a plagas o enfermedades. Solo en China han descendido de 46.000 a 1.000 las variedades locales de arroz en los últimos 60 años.
Las razones siguen siendo las mismas: la pérdida de hábitats, el uso insostenible y la sobreexplotación de los recursos, el cambio climático, las especies exóticas invasoras y la contaminación de origen humano.
En medio de esta situación los ecologistas y organizaciones como UICN (la unión para la Conservación de la Naturaleza) advierten de la necesidad de aumentar significativamente los fondos destinados a la conservación de las especies y hábitats y urgen en la mejora de la gestión de los ecosistemas. Apremian además a un cambio en las políticas estatales, autonómicas y locales y a que el medio ambiente no constituya una entidad aislada, sino que esté integrado en las políticas de todos los organismos de gobierno (ministerios, consejerías, etc.)
Amigos de la Tierra, en un taller internacional, señala además el especial riesgo que implican para la biodiversidad algunas prácticas como la extensión de los cultivos transgénicos (España es el único país de la UE que cultiva maíz transgénico a gran escala) o la extensión de los monocultivos de árboles u otras plantas transgénicas para la producción de agrocombustibles y plásticos (en detrimento de la alimentación humana a menudo en zonas de extrema pobreza) y de efectos impredecibles e irreversibles si se convierten en plantas invasoras. Otras “soluciones” como el pago por los servicios que aportan los ecosistemas son igualmente rechazadas por Amigos de la Tierra Internacional ya que (entre otras razones) en muchos lugares del mundo podrían acabar beneficiando a terratenientes y usurpadores de tierras indígenas en vez de a sus poblaciones autóctonas.
Además, la biodiversidad es el entramado tejido que hace posible la vida en nuestro planeta. De ella dependen el agua que bebemos, nuestros alimentos y muchas de nuestras medicinas, incluso la calidad del aire que respiramos. Si se tuvieran que pagar los servicios que nos presta serían inasumibles: solo la polinización de frutas y verduras por parte de los insectos se calcula que aporta a la economía mundial 200.000 millones de dólares y mantener un bosque de manglares en buen estado cuesta muchísimo menos que construir diques contra las mareas. Pero sus beneficios no son solo económicos: con la crisis del Prestige, los gallegos aprendieron amargamente que la biodiversidad también forma parte de la dimensión emocional de las personas, y que los paisajes y los seres que los crean y habitan son fundamentales para nuestra salud en el sentido más integral de la palabra.
Una batalla por la calidad de vida de nuestros hijos se desarrollará estos días en Japón: hay motivos para la esperanza, gobiernos, Amigos de la Tierra y otras ONGs están de acuerdo con la necesidad de promover un nuevo calendario de acciones eficaces, bien financiadas y con objetivos medibles. Está por ver cuáles serán las medidas finalmente adoptadas.